Multimillonario por suerte

La lotería nacional es la escenificación hortera de la mítica meda de la fortuna, el favor que otorgan los dioses caprichosamente. Sólo que en la Antiguedad, o en el Renacimiento, era una temática recurrente que despedía un hálito divino y se concretaba en algo más que dinero: le hacía a uno ganar en las batallas, propiciaba los lances de amores, era sombra y destino. Hoy la fortuna es algo tan vulgar como acaparar millones, con o sin alevosía y premeditación; es decir, acumulándolos en el tiempo («trabajando», como dicen los banqueros), o bien recibiéndolos inesperadamente, todos juntos, sin necesidad de hurtárselos a nadie. La fortuna es eso, lo que no tenemos y cacarea la prensa del corazón, lujuria innecesaria y obscena necesidad. ¡Ay del que le toque «el gordo» que cantan esos niños repelentes y pase a formar parte del grupo de privilegiados! ¿Ha pensado siquiera por un instante en esta casualidad? No me diga que no, es una de las fantasías más vulgares... ¿Ha jugado usted a la super lotería de Navidad? No. ¿Y a las mini loterías del resto del año, el cupón de la Once, la Bonoloto, las quinielas, etc?


Pues tampoco, aunque haya tantas oportunidades de malgastar el dinero. A mí me pasa lo mismo: no soy de la opinión de que el dinero crie más dinero, como la gallina de los huevos de oro, así que nunca juego, lo que no me impide especular lúdicamente con la posibilidad de que me toque un gordo, un flaco, lo que sea y me retire de esta vida tan dura y fastidiosa que llevamos los pobres. Oh, sí, si me tocase la lotería me compraría una casa espaciosa y elegante, con un jardín de ensueño; zapatos extravagantes; lencería de cabujones; un Jaguar último modelo; una pantera viva que me caliente los pies los días de invierno; un Ara azul que supiera mi nombre (este pajarraco cuesta más de un millón); todos los libros que me apetecieran y usaría los servicios de un secretario, un cocinero, un masajista y un peluquero que me hagan la vida más sencilla y más agradable, que es lo único que deseo. 

Con esos millones, les aseguro que no me andaría por las ramas como un mono para ganarme la vida. Yo he conocido ricos, tristes y agobiados y no me cambiaría por ellos ni por todo el oro del mundo. Sólo el que tiene un poco bastante más de lo que necesita puede exprimirle el jugo al marisco, y la vida es hermosísima. Hay placeres nímios, tan delicados y tan baratos como el amor que quedan fuera del mercado; los hay exquisitos y caros: champanes cuya espuma crea vicio, joyas que relucen con un brillo ilimitado, sedas y pieles, animales y máquinas exóticas, cuerpos jóvenes y viajes fantásticos. Lo cierto es que a ninguno de nosotros nos gustaría morir sin haberlos paladeado. Menos mal que el hombre siempre puede imaginarlos y a veces es millonario sin saberlo.

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