Gundula Janowitz y su voz angélica

Escenario: Teatro de La Zarzuela. Intérpretes: Gundula Janowitz, soprano. Charles Spencer, piano. Obras de: Schubert, Liszt y Wagner. 12 diciembre.

Escenario: Auditorio Nacional. Intérpretes: Orquesta Sinfónica de Madrid. Coro de RTVE. Escolanía del Recuerdo. Solista: Cornelia Kallish, contralto. Director: Rafael Frühbeck de Burgos. Mahler: Sinfonía 3. 13 diciembre.

La de la siempre admirada Gundula Janowitz no es voz de ángel del coro celestial, sino más bien de fuerte arcángel que trae buenas nuevas. En la Tercera de Mahler, sí cantan los angelitos su canción ingenua, donde se nos pintan las glorias del paraíso desde una dimensión humana, que es la dimensión que nos conviene para emocionarnos de verdad. Aquellos ángeles de los que discutían los teólogos bizantinos sobre cuántos cabrían en la punta de un alfiler, nos pillan un poco lejos.
En Gundula Janowitz se puede hablar todavía de madurez, no de decadencia. La edad -insegura, naturalmente- no ha hecho mella todavía en la pureza de la voz, que se mantiene por la firmeza del estilo. Ya no es aquella valkiria que nos enamoraba. Se le ha puesto cierta cara de presidenta de Renfe, pero cuando abre la boca, ya digo, continúa la ascensión a los cielos.


Se cuida. Calculó el programa cuidadosamente, en una sucesión de hermosos momentos: el Schubert menos frecuentado, la belleza de un Liszt que tampoco se prodiga, y por fin los conmovedores lieder de Wagner sobre Matilde Wesendonk, con sus anuncios tristanescos. Más Schubert en las propinas. La colaboración de Charles Spencer fue justa, íntima y amorosa, de verdadero artista. Muy bien el programa de mano y el público, que esta vez no dio el tostón aplaudiendo a cada número.

Hace poco, con motivo de la actuación de Frühbeck al frente de la ONE, hablábamos de cómo traza en el aire sus geometrías, tan claras que comunican inmediatamente su intención. Gesto anguloso, mano derecha de autoridad inmediata, mano izquierda eficaz auxiliar. Es Rafael Frühbeck un director personal, que no se parece a ninguno de los actuales.

Hasta los remates, casi siempre abajo y no arriba como ahora se usa, son precisos y exactos en el maestro. Con la orquesta espléndida -aplauso especial para la trompa de postillón-, las voces angélicas de la Escolanía que dirige César Sánchez, las no menos celestiales del coro, y la dulce, sombría Cornelia Kallish, Frühbeck logró una versión brillante, matizada y romántica de esa Tercera de Mahler que nos puede recordar, en magnífico y desbordado, aquel himno gigante y extraño que sabía Bécquer. La imaginación mahleriana siempre nos toca el corazón, con sus trozos divinos y sus rasgos vulgares. El público se entusiasmó con indudable justificación, y el clima fue de triunfo.

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