Como montar una banda sin padrinos

Suena Nancy Sinatra. En la barra, cinco platos de pollo con patatas, champiñones y alioli. Thaïs, pelo corto, sombrero, ojos negros, dice que a menudo se pregunta si a la gente las cosas «les gustan porque les tienen que gustar o porque les gustan realmente». Es su lema, una especie de mantra que repite a cada rato, mientras devora su cuarto de pollo. Thaïs es La Quiero Viva, pero también lo son Nat, sentada a su lado («los champiñones están riquísimos», dice); Paula (la teclista, que cree que «en realidad todos somos súper diferentes») y Ander, que asegura vestir de negro porque le gusta. Están esperando a Héctor Bellino, que dejó Muchachito Bombo Infierno «porque era una fábrica, no una banda».

Lo suyo, dice Thaïs, es un «profundo 'dirty roll'», rock sórdido, garage, y nace con la intención de escupir un mensaje, una moraleja, la vida es corta y lo más importante, sí, «es hacer lo que te gusta porque te gusta».


Con una maqueta y dos hits radiables hasta la extenuación («hemos conocido a pinchadiscos que no dejan de poner Quiero ser una chica rockabilly pero que no sabían que era nuestra, la pillaron por internet, en algún sitio y les encantó pero no tenían ni idea de dónde había salido», cuenta Nat), La Quiero Viva han tocado ya en todas las pequeñas salas de Barcelona y lo siguen haciendo dos o tres veces al mes. «En cierto sentido hemos tocado techo», asegura Paula, la teclista. Necesitan un disco para salir del círculo vicioso. «Lo bueno es que no hemos tenido que pagar para tocar», dice Thaïs, que tampoco cree que la banda deba pagarse el disco. «Ese no es nuestro trabajo», suelta. Sigue comiendo pollo. Suena Lady Gaga.

«Queremos que se hable de nosotros, aunque sea mal», dice Nat, que, por cierto, milita también en Los Seis Días. También dice que, en ese sentido, han tenido mala suerte. «Hemos tocado en festivales y al día siguiente se nos ha ignorado en la prensa, es como si nos persiguiera la mala suerte», añade. Están en el Pollo Rico, pequeño fast food a l'ast de la calle Sant Pau de Barcelona. Un habitual de la banda. Suena, por cierto, Andrés Calamaro. Hay una infinidad de quintos sobre la barra. Thaïs dice que le gustan Sonic Youth y Pixies y Yo La Tengo. Lee a Burroughs, a Ginsberg y a Rimbaud. «Todo lo que esté al límite me gusta, nuestra música está hecha para esa gente, para todos aquellos que, como yo, han estado a punto de cruzar la línea», dice la cantante, autora también de las letras, cabreada por cierto porque Boom Boom Bunny, el tema que tiene más de 18.000 escuchas en su myspace, no ha sido entendido como debería. «La canción habla de una chica que está contándole a su madre que está pillando pasta para entrar en el Apolo y lo que dice es 'soy una conejita, mamá', pero todo el mundo ha entendido 'soy una conejita mala' y no es eso», dicen. Sea lo que fuere, la chica «está destrozada, pero se salvará».
Ése es el mensaje de Euforia juvenil, el disco. «Sigo viva, pese a todo lo que me ha pasado», dice Thaïs, que luego sube al escenario y se transforma, en plan Janis Joplin, en plan Sid Vicious. «No sé lo que me pasa, soy yo pero no soy yo. Soy yo, tratando de conectar», asegura. A su lado, Nat dice que La Quiero Viva es una banda de directo. «Nos conocen por los bolos», dice Paula.

Suena Michael Jackson y las chicas se pasan la pimienta. Hablan de un disco de Caribou llamado The milk of human kindness, psicodelia pop de última generación, que les encanta. Luego hablan de Quiero ser una chica rockabilly. «La escribí cuando trabajaba de camarera, para la gente moderna, que quieren comerse el mundo y van de súper vintage y todo ese rollo, y luego se quedan en nada, les digo a todos que yo soy humana y con eso me quedo, que nunca voy a ser reina y que me quedé en camarera de café». La que habla es Thaïs. El plato de champiñones está vacío. Quiero ser una chica rockabilly (que puede escucharse y verse, porque tiene versión de directo en vídeo en su myspace) podría estar en una película de Tarantino. ¿Por qué no? «Nos gusta lo que es auténticamente independiente y cuando se entra en depende de qué círculos ya se deja de ser independiente», dicen. Lo suyo es «muy sucio» pero a la vez «muy pop». «Todas nuestras canciones tienen corazón pop, no podemos evitarlo», dice Thaïs. La próxima oportunidad para descubrir si sus directos son tan demoledores como aseguran («realmente Thaïs se transforma, es otra, no sé cómo lo hace, conecta con el público de una forma brutal», dice Nat) tendrá lugar en un par de semanas, el 10 de abril, en el Big Bang. «Hablando de mala suerte, es el día del Madrid-Barça», dice Ander. Héctor -que, por cierto, se dedica a dar paseos a turistas en su velero (entre otras muchas cosas)-, está encantado. «Prefiero ser cabeza de ratón que cola de león», dice. Del pollo, en la barra, por cierto, sólo quedan los huesos.

El nombre de la banda, La Quiero Viva, remite, en opinión de Thaïs, «a las pelis del oeste». «Es en plan, la quiero viva, no me importa lo que hagan con ella después», dice. La frase se le apareció en un sueño. Y viene de todo lo que le pasó a su padre. Como el mismo hecho de montar la banda. «Sentí que mi padre se quedó sin hacer lo que realmente quería hacer y yo tenía que hacerlo», cuenta Thaïs. Su padre, Jaume Cabreny, «tuvo una banda, iba por ahí escuchando a la Velvet y The Clash cuando todos los demás escuchaban a Los Manolos, pero luego encontró un buen trabajo y lo dejó todo y acabó súper deprimido. Un día no pudo más y se tiró por el balcón. «Detrás de mis canciones hay mucha historia», dice Thaïs, que confiesa que en realidad La Quiero Viva es «me quiero viva, a mí misma». Tocar fondo y volver a la superficie. Eso es lo que hizo Thaïs. La banda le sirvió de anclaje con la realidad. «Soy una de esas personas que vive al límite y lo que escribo y lo que canto está hecho para conectar con esas personas, enviarles el mensaje de que está bien jugar con los límites pero nunca hay que pasarse», dice. Otra cosa que Thaïs ha aprendido a controlar gracias a la banda es su ego. «No es fácil dejar que los demás hagan cosas por ti cuando estás acostumbrada a hacerlo todo tú, tener una banda es una especie de cura de humildad también, descubres que no tienes por qué controlarlo todo», añade.

Además de cantar, Thaïs dibuja. De hecho, la portada del disco la ha dibujado ella. Están todos, estallando, por la euforia juvenil. A todo esto, ¿cuántos años tienen? Pues todos rondan los 30, algunos por arriba, otros por abajo. Y no es que tengan gustos parecidos, es que les gusta lo que hacen. Son conscientes de que «moverte en este mundillo sin padrinos es muy difícil», como dice Paula, pero piensan armarse de paciencia y seguir haciendo lo que mejor saben hacer: tocar. Pero, ¿cuándo empezó La Quiero Viva? «Empezamos en enero de 2017», dice Ander. «Al principio era un proyecto folk súper intimista», dice Thaïs, que había escrito algunas letras y le pidió a un amigo que les pusiera música. «Empezamos con una guitarra chunguísima, en casa», cuenta. La cosa empezó a cambiar cuando Thaïs conoció a Ander. «Al final todos han ido aportando su granito de arena al sonido de La Quiero Viva y ahora ya no se parece en nada a lo que empezó siendo, pero mola mucho», dice Thaïs, que cuando vio tocar a Ander por primera vez «alucinó». «Es un cañón tocando la guitarra, como Héctor con la batería». Todos están de acuerdo en que Héctor es el más preparado de los cinco. «Después de todo es el que ha estado girando por toda Europa y sabe más de esto y nos lleva a todos por el buen camino», dice Ander.

Sus gustos son muy diversos. Todos coinciden en el rock, pero a Paula, encargada del teclado y el chelo, le gusta la música clásica. «Yo vengo del conservatorio y me gusta de todo», dice. Todo lo que huela mínimamente a noventas les gusta. Incluido el look, aunque Thaïs prefiera explotar su lado andrógino, en plan glam. «Me gusta hacerlo, soy lesbiana y me gusta jugar con la ambigüedad en todos los sentidos. Eso sí, todas nuestras letras hablan de chicas, aunque la gente parece no darse cuenta, y vamos muy de frente en ese sentido», asegura Thaïs. Punk attitude que no falte.

En cualquier caso son conscientes de que nadie va a librarles «de picar piedra», como dice Nat, que hace poco ha dejado su trabajo para dedicarse por completo a la música. Nat es también la bajista de Los Seis Días, otra banda barcelonesa de chicas que fichó el año pasado por Pupilo Records y que previamente había grabado su disco, Lunes, en los estudios Blind, con la producción de Ricky Falkner (habitual de Sidonie, Love of Lesbian y Standstill). Banda que está empezando a despegar, después de tres o cuatro años «teniendo que pagar por tocar». Algo que Nat y el resto de la banda no pueden entender es por qué se apuesta tan poco por las bandas que empiezan. «No es normal que cuando estás empezando te hagan pagar por tocar, que tengas que alquilar tú la sala y cruzar los dedos para llenarla y poder recuperar lo que inviertes», dicen Paula y Ander. Los caminos del rock son tortuosos.

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