Japón sería primera potencia si no fuera por su territorio limitado

Se dice desde hace tiempo que la Trilateral constituye el verdadero núcleo rector de la economía mundial. Y lo cierto es que entre EEUU, Japón y la Comunidad Europea reúnen más del 50% de la actividad económica global del planeta; y generan impulsos y decisiones muy por encima de ese guarismo. Lo que suceda en Japón, y lo que pueda acaecer en la CE, son, pues, registros decisivos para la indagación que nos ocupa. Hablando en términos bursátiles, Japón es valor seguro. Incluso en un proceloso mar económico mundial como el que ahora vivimos, puede apostarse por la idea de que los nipones seguirán tenazmente en su propósito, si no de convertirse en la primera potencia económica -difícil por lo limitado de su territorio-, sí de situarse en la Trilateral en lugar preferente. 

Es cierto, y nos lo recuerdan muchos con tonos más o menos agoreros, los malos tragos por los que la Bolsa de Tokio ha pasado. Se subraya, además, que los valores inmobiliarios de las grandes conurbaciones niponas podrían venirse abajo; o que los propios bancos tienen problemas con sus muchos acreedores violentamente castigados por los colapsos bursátiles y por la caída de los precios de los inmuebles. Pero con todo, parece que Japón seguirá con fuerza, adelante. Continuará siendo, con toda seguridad, la locomotora de Asia y el Pacífico (incluida California). La primera razón de esa apuesta optimista, radica en la tecnostructura del super-Estado japonés, que integran las nueve grandes trading companies -los antiguos zaibatzu- y el Ministerio de Industria y Comercio Internacional, el mítico MITI Esa matriz de poder y decisión seguirá constituyendo el motor que impulse nuevos proyectos y expansiones. Todo lo anterior lo avala, en una interrelación cada vez más decisiva, el área de coprosperidad de Japón. No nos damos cuenta cabal de lo que eso significa: 1.600 millones de productores y consumidores entre Hokaido y Australia, y entre Tailandia y Filipinas. Ese área, cuyo epicentro es Tokio, alberga a una población doble que el conjunto CE+EEUU+Canadá; es el espacio económico más dinámico del mundo, con su lista actual de cuatro dragones, que se verá engrosada, a no tardar, con Malasia, Tailandia e incluso Indonesia y Filipinas. Por Japón puede apostarse. Incluso en los pocos meses transcurridos de agosto para acá, ya tuvo tiempo de revisar su PEN, para introducir en él más ahorro energético y más energías alternativas.

En cambio, en la Comunidad Europea, el ambiente que se respira no parece tan boyante. La recesión, aparte de alguna alegría pasajera de la guerra, se abate sobre el Reino Unido; y el enfriamiento que ya se sentía antes de la crisis del Golfo en los tres principales países latinos -Francia, Italia y España-, se acentúa ahora con indicadores bien negativos para el empleo. Sólo la Alemania reunificada -los «japoneses de Europa»-, tienen autoasegurado su crecimiento. E incluso tienen capacidad para servir de motor a una política más expansiva de la Comunidad, a fin de compensar la rama descendente del ciclo en que ahora nos hallamos. Evoquemos a estos efectos los meses no tan lejanos en que el señor Pöhl, gobernador del Bundesbank, la antes imaginativa SPD de Willy Brandt, y los Verdes, recomendaban más prudencia -como ahora hace el señor Solchaga a escala de los Doce-, para la unión monetaria alemana. No sabían el enorme alcance positivo, y no sólo en resultados electorales, que una acción tan resuelta y sin vacilaciones como la decidida por Kohl tendría para toda la economía germana. 

Por ello mismo, la CE, en vez de deshojar la margarita como está haciendo con su propia unidad monetaria, o con otros planteamientos de la inevitable unión económica, habría de profundizar en el lado positivo de la crisis,e impulsar el avance integratorio. Como decía Benjamín Franklin, «la peor decisión es la indecisión», y si la Comunidad Europea no se decide bien y pronto, acabaremos pagando bien caras las prudencias amedrentadas de campanario de aldea; o los temores que provienen de las aspiraciones poco confesables de conservar parcelas de poder, que ocultan a veces ineficacias e ineficiencias más que vergonzantes, como las de estos pagos de por aquí. Si en el fondo la crisis actual se debe a los bandazos del dólar -única moneda, recordémoslo, en que continúan fijándose las cotizaciones del petróleo-, lo lógico sería que la Comunidad redujera su servidumbre del billete verde, potenciando su propia unidad monetaria. Y si ese objetivo genera temores de marginación para los países del Sur, entonces que se reivindique -lisa y llanamente- que si va a haber moneda federal tendrá que configurarse la Hacienda federal; con mayores aplicaciones aún de fondos estructurales a las áreas meridionales comparativamente menos desarrolladas.

En fin de cuentas, la CE se halla inmersa en tiempos dubitativos. Su papel ante el conflicto del Golfo no ha sido demasiado digno; ni apoyó decididamente la guerra (salvo el Reino Unido siempre, y Francia de modo oportunista), ni se esforzó por la paz. En la ONU, su presencia fue más bien delicuescente, y su aceptación del mando de Washington nos retorna casi a los tiempos de sumisión de la guerra de Corea. El daño psicológico del retroceso, será importante.

En el otro lado de Europa, las cosas marchan mal, o peor. El informe sobre la economía de la perestroika que el Grupo de los Siete pidió en su reunión de Houston a cuatro grandes organizaciones económicas occidentales (el FMI, el Banco Mundial, la OCDE, y el flamante Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, el BERD), es bien expresivo de la senda de turbulencias por la que transita la URSS hacia la economía mixta de mercado.«Al perro flaco, todo se le vuelven pulgas». Y a la URSS de un Gorbachov que tanto ha trabajado por la democratización de su inmenso país, ahora, a las grandes penurias de abastecimientos se le añade la amenaza, desde el opulento Occidente, de cortarle las ayudas anunciadas si en Lituania y Letonia no se resuelve «todo bien y pronto». Como si estos mismos occidentales no estuvieran hoy engolfados, y nunca mejor dicho, en una operación represora que por mucho que cuente con las bendiciones de la ONU, tiene unas dimensiones casi inconmensurables de destrucción y muerte. Evidentemente, en la URSS será difícil el avanzar hacia el mercado con la rapidez de otras experiencias de antiguos países de economía centralizada. El particular caso chino, tuvo, desde 1981, todas las simpatías de los occidentales; como igualmente se vio favorecido por el ingente stock de chinos de ultramar, que han servido de base financiera y humana para las catorce zonas económicas especiales de la costa de China, máximo exponente de la liberalización del país. Un segundo supuesto, el de Hungría, tampoco es el modelo inmediato para la URSS; los magiares.

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