Bertín Osborne no vocaliza

No todo el mundo vale para aplaudir durante ocho horas seguidas. Y si no, que se lo pregunten a Clara Bustos, coordinadora del público de Antena 3, que ha tenido que hacer frente a más de un motín de espectadores agotados. 

"Este tipo de complicaciones suele surgir cuando la gente viene gratis porque no puedes exigir que sean profesionales o que tengan un perfil determinado. Aparecen hombres con problemas de próstata que interrumpen el ritmo del programa o mujeres con una artritis tremenda y muletas". Por eso, si se quiere una imagen determinada, se contrata a público pagado, a unas 2.000 pesetas por persona. Sin embargo, en este sector, la profesionalidad no es sólo una cuestión de dinero. Los hay que, por afición, llevan más de una década yendo a la tele. Casi como si fuera una oficina.

La agencia Bay empezó a llenar los platós hace ya 20 años. Actualmente cuentan con una plantilla de unas 5.000 personas. "Tenemos a gente que lleva 12 años dedicándose a esto. De un programa se van a otro, y te pueden hacer de todo porque les gusta y son responsables", asegura Sonia, una de las coordinadoras. Pero en este negocio también hay intermediarios. Para conseguir aplausos, tanto las agencias como las cadenas han tenido que desplegar un ejército de amas de casa, a las que llaman captadoras, que cobran 15.000 pesetas por llenar un autocar de 55 personas.

Pauli Rodríguez es una de las más veteranas. Trabaja para todas las cadenas y para un buen puñado de agencias. Maneja una agenda de 300 contactos y se pasa media vida colgada del teléfono. La otra media, la consume en grabaciones interminables. "Cuando se trata de programas que pagan, me sobra gente. Lo más difícil es conseguir público gratis", asegura.

Los hay que no pisan un plató sin pasar antes por caja. Cuando se les sugiere la posibilidad de posar para ilustrar este reportaje, aplican esta filosofía a rajatabla. "Esa gente no mueve un dedo si no se la paga. Gratis no van ni a misa", reconoce Angelines, captadora de público pagado y, por tanto, seleccionado. "Recuerdo el caso de una chica que cobraba 2.000 pesetas por asistir al programa y que pidió 8.000 después de que le hicieran un masaje en el pie", añade esta mujer a la que la televisión no sólo le da un sueldo: "A mí la tele me da la vida, soy otra persona. Después de tanto tiempo, ya no voy a pedir autógrafos. Nos conocemos de tantos años...". Tantos, que hay presentadores que, antes de mirar a la cámara, buscan a su público para sentirse arropados.

Alejandro Casas, por ejemplo, no podía imaginar que llegaría a trabar amistad con Bertín Osborne después de su primer encuentro con él. Alejandro es actor, pero entre casting y casting, trabaja como animador del público. Para que no pierdan nunca la sonrisa. "El primer día, durante un parón, alguien se burló de mí por decir te se , en lugar de se te , a lo que les respondí que Bertín Osborne no vocalizaba y, sin embargo, no se metían con él. Una mano me tocó la espalda y me lo encontré frente a frente echándome una bronca". "Ahora, cuando empieza un programa, se necesita al animador igual que al iluminador o al regidor. 

Y eso se nota en el resultado final", advierte Casas. Para él, ésta es una buena forma de ganarse un dinero, 25.000 por programa, y de meterse en el mundillo del espectáculo. Así pudo convertirse en el azafato del último programa de Isabel Gemio. "Esto te da acceso a castings restringidos y es más interesante que estar poniendo copas. Además, lo recomiendo a todos los que estén estudiando Arte Dramático, para quitarse el miedo escénico", añade.

Rebeca Medina comparte ese mismo espíritu como animadora del programa Furor de Antena 3. "Los actores tendemos a la introspección, pero este trabajo te da valentía de arranque y te ayuda a familiarizarte con las cámaras", dice. Precisamente en Furor, el animador adquiere una importancia fundamental porque el público es protagonista y tiene que arropar a los famosos con toda su energía. "Cuando entran los invitados, ya hemos hecho un calentamiento para subir la adrenalina. Mi truco es sonreír mucho, porque se contagia. Te imaginas que estás de marcha y llegas a creértelo". Por cargar las pilas de los espectadores una vez a la semana, la empresa Animatur le paga 32.000 pesetas. Suficiente para pagar los gastos del piso mientras sale del anonimato.

En Furor, el público tiene que sudar la camiseta. O más bien el traje de noche, porque aquí se exige gente guapa y buena presencia. Los más vistosos siempre son colocados en las primeras filas. Y es que nadie se sitúa de forma aleatoria. En ciertos programas, camuflados como si fueran uno más, se sientan los llamados reidores. Son gente con una risa contagiosa o bonita, que ayuda a arrancar la carcajada general. Como Eufemia Rubio, que ha descubierto su talento en estas lides a los 60 años, y que confiesa que si su risa no fuera de verdad, "no sería tan contagiosa". El precio de su trabajo también es especial: a unas 4.000 pesetas la sesión. 

Pero hay presentadores, como Isabel Gemio, que prefieren que todo su público sea espontáneo. "No quería gente pagada que supiese aplaudir y sonreír. Pedía un público que se sorprendiese y fuese natural", afirma Clara, que se encargó de llenarle el plató con 200 personas mientras duró Día y noche.

Esa capacidad de sorpresa la conservan los que llegan del último rincón de España. Pero esos turistas del entretenimiento suelen ser los peor tratados. Pasan horas en el autocar y se pegan grandes palizas a cambio de un triste bocadillo que suele ser de chorizo o de salchichón.

Dicen que los mejores bocatas son los de ¿Quiere ser millonario? Calamares, cinta de lomo, tortilla con pimientosÉ Tan exquisitos como Carlos Sobera, que también está entre los presentadores favoritos de la gente que frecuenta los platós. Seguramente estos dos factores influyen para que el programa de Tele 5 sea el más solicitado a la hora de asistir a la grabación. Los espacios de humor de Cruz y Raya también encabeza la clasificación. "Pese a que el proceso de caracterización lo eterniza, la gente se pega por ir, porque se lo pasan bien. Eso es buena señal. Suele ser un termómetro tan fiable como los resultados de audiencia", cuentan en la agencia Bay. En cualquier caso, siempre es más difícil conseguir gente para los espacios grabados que para los que se emiten en directo. Los que conocen la dinámica de la televisión saben que dos horas de emisión equivalen a seis horas de grabación, que pueden convertirse en ocho con el más mínimo fallo técnico.

Pese a todo, las entrañas de la televisión crean casi tanta adicción como sus programas. Son muchos los que la usan como terapia para escapar de cualquier cosa. "Las casadas rompen la monotonía de esperar al marido, los viudos o jubilados llenan horas de soledad. Los jóvenes sacan algo para el fin de semana... Cada uno tiene una razón para quererla", asegura una de las captadoras.

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