Fiesta de las camisetas mojadas

Quien quiera ir a la Fiesta del Agua con la intención de ver, mirar y marcharse seco, es que es un ingenuo. 

A las 10 de la mañana mucha gente enlazaba la juerga con la de la noche anterior y a las 10 y cuarto ya estaban empapados. Alguna camiseta anunciaba lo que había de ser inevitabe: Hoy no te salvan ni Mitch Buchanan ni Pamela Anderson, vas al agua como hay Dios.

Lo quieras o no, de lleno en la fuente delante de la Iglesia de donde parte la procesión, para volver a salir, si uno no ha sido previsor, con el paquete de tabaco hecho un grumo y un billete o dos para poner a tender.

Los puristas se quejaban de que así no valía, de que el agua había que dejarla para después de la procesión, pero a ver quién convencía a los cientos de jóvenes que se desplegaban por las calles. Un audi con matrícula francesa tuvo la osadía de cruzar por en medio de la multitud con las ventanillas abiertas. El conductor no tardó ni dos segundos y medio en echar el freno de mano, bajarse del coche y encararse con un grupo de jóvenes. Acabó también empapado, renegando de lo maleducados que son los españoles y chapurreando que la gente no sabe divertirse.


Cualquier recipiente vale para mojar. Las papeleras urbanas arrancadas, las botellas de Vernel y los tetra-bricks de vino hacen la competencia a los tradicionales cubos y barreños de lavar la ropa. La gracia está en mojar al que va seco y que, además, no quiere mojarse. en la Fiesta del Agua, dicen, se práctica la táctica Gandhi, es decir, la resistencia pasiva. 

Si no quieres ir a la fuente, te quejas un poco pero vas. Y si no quieres que te vacíen una botella en la cabeza, pides por favor que no lo hagan pero te la vacían. No queda otro remedio que tomárselo con humor o, como decía una señora, «o que non queira mollarse, que non veña». Los que parecen tener una cierta inmunidad son los agentes de la Policía Local que, mezclñados entre el gentío, no recibieron ni una sola gota de agua.

A las 12 menos cuarto salió la procesión. Al santo, con el alcalde Javier Gago detrás, lo recibieron con el grito de San Roque, San Roque, San Roque es cojonudo... Increible la velocidad que alcanzó el santo por las calles de Vilagarcía, porque a los diez minutos se perdió de vista, se refugió en otra capilla a salvo del agua y empezó la fiesta de verdad.

Desde los balcones, los vecinos enchufaban manguerazos a todo el que lo pedía, y al que no también, claro. Hubo peleas y codazos para colocarse debajo del barreño más grande. Los especialistas ya sabían que la mejor mojadura es la que se recibe desde el piso más alto.

Lo mejor estaba por llegar. Al final del recorrido, en puntos estratégicos esperaban los bomberos con las mangas a media presión. Sólo se les puede reprochar que el agua estaba, literalmente, helada, pero seguro que ni en el concierto de los Rolling Stones hubo tantos empujones para llegar a primera fila. Las alcantarillas ya no daban abasto y algunas calles hacían amagos de inundarse. Lo ideal para chapotear un poco.

Ya, de perdidos al mar. Muchos corrieron hasta el muelle para ser los primeros en saltar. Sería para quitarse el exceso de agua dulce de la piel. Aunque la mayoría ocupó la explanada del parque, tumbándose y extendiendo zapatillas y camiseta al sol para subir de nuevo al coche sin ponerlo perdido.

Uno de los novatos que pidió agua bajo cada balcón resumía la paradoja: «Si otro día me caen cuatro gotas de un balcón, le rompo la cara a alguien». Pero este no es un día cualquiera.

Nadie se libró de los manguerazos y las duchas desde los balcones.

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