La lucha por la audiencia

Nunca he estado allí, pero parece que estamos en el centro del infierno. El cielo se ha iluminado sobre Bagdad, y vemos flashes de luz brillantes atravesando el horizonte continuamente. Esto es extraordinario. Oímos aviones cerca del hotel. Las sirenas de alarma comienzan a sonar. 

Estamos presenciando un ejemplo de un bombardeo quirúrgico». No había nada que hacer. George Bush había prometido «todos los medios» para echar a Sadam Husein de Kuwait, «incluidos los de fuerza» y allí, a la misma distancia que «La casa de la pradera» o «El coche fantástico», habían ido a parar los aviones aliados. Estaban bombardeando la capital iraquí. Bush aún no había anunciado este ataque «sorpresa», el 16 de enero a 6:44 p.m., la hora de la cena. 

Pero sólo había que asomarse a canal 7, la ABC, o al de la CNN, a cuyo corrresponsal Bernard Shaw pertenecen las frases anteriores, para comprobar que la guerra, en efecto, había comenzado. Esa tarde la televisión hizo historia y, además, vio hacerse a la historia. Fue el «espectáculo» que más audiencia ha atraído este medio desde su creación. Desde entonces los norteamericanos parecen incapaces de despegarse cada tarde del televisor. 

Las horas críticas en Oriente Medio coinciden con las horas de «relax», de las 6:00 a las 10:00 p.m. en la costa este norteamericana. Y, como dicen algunos medio en broma, «es mucho mejor que un vídeo». Hay hasta quien se prepara llevándose «popcorn». Si hay algo más dramático que tener que colocarte una máscara antigás una vez que saltan las sirenas de alarma, como ha ocurrido en Israel y Arabia Saudí, es poder observarlo a miles de kilómetros. En directo. En casa.

Por primera vez en la historia los ciudadanos pueden ver la guerra mientras ocurre. Los norteamericanos pueden hasta elegir «asiento»: el de la CBS, la ABC, la NBC o, quizá, de «primera fila», el de la cadena de moda en el mundo, la Cable News Network (CNN). 

Los estadounidenses que siguieron el informativo de la ABC el jueves 17 escucharon el comienzo de la guerra, en efecto, en elmomento que se produjo. Gary Shepard lo contó mientras miraba por la ventana de su habitación en el hotel Al Rashid de Bagdad. «El cielo está iluminándose. 

Oigo explosiones. Se acerca un grupo de aviones en formación. Evidentemente el ataque está ocurriendo ahora mismo», dijo, con una voz sorprendentemente tranquila, el enviado especial de ABC. Shepard informó a todo el país del ataque con el que comenzó la guerra. Las demás cadenas conectaron rápidamente con sus enlaces en la capital iraquí y ya pocos se perdieron, a la misma hora de la cena, las primeras hostilidades. 

Poco después, cuando los ataques se intensificaron, ocurrió un fenómeno inaudito que ahora se llama «el dí en que las «networks» murieron»: sólo la CNN, con un poderoso teléfono que transmite directamente vía satélite, y que cuesta unos cinco millones de pesetas, pudo contar- el resto. Desde entonces, los esfuerzos de los responsables informativos por acercar a sus espectadores el escenario bélico con la máxima rapidez han sido tan importantes como eficaces. 

Los norteamericanos vivieron, también en directo, la respuesta iraquí, cristalizada en los primeros ataques sobre Israel. Escucharon las sirenas de alarma con nitidez. 

Vieron la cara de susto -absolutamente justificada, por otro lado- del corresponsal de ABC en Tel Aviv, Dean Reynolds, al que el «anchorman» Peter Jennings ordenó. que se colocara la máscara de protección contra un ataque químico. Antes de engullir la máscara a regañadientes -«póntela y luego ya veremos cómo hablamos», le dijo Jennings, el corresponsal señaló: «Me pregunto lo que debe estar pensando mi madre en estos momentos...» 

Los telespectadores conocieron también la indignación de Jim Jenson, el hombre de CBS en- Tel Aviv que, furioso, recalcó, antes de colocarse su máscara: «¿Es esto a lo que hemos 'legado? ¿Somos así de civilizados?»

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