Rihanna una bomba sexual

Las pruebas sobre la mesa se pusieron anoche en Barcelona, ante un Palau Sant Jordi a rebosar con 18.000 espectadores y expectante ante el estreno en España del Loud Tour, la gira que la ha tenido ocupada el último año y que ya culmina (esta noche en Madrid). Un show centrado en su carisma y su atractivo, que no necesita un montaje desmesurado porque, salvando un juego poco sorprendente de pantallas gigantes y plataformas, el foco de atención siempre es ella, sus contoneos, sus bailes y sus paseos a pierna descubierta. Desde el arranque épico con Only girl (in the world) hasta la conclusión con Umbrella y We found love, todo el espectáculo giró alrededor de su figura esbelta y sus continuos cambios de vestuario, del vestido corto azul del principio al ondulado amarillo del intermedio, del cuero y las esposa de S&M a los diferentes biquinis que revelaron los secretos de su anatomía. Quizá demasiado pastiche hard rock desperdigado entre algunas baladas que rebajaban la tensión del concierto.

Rihanna mostró las armas que la llevan al ojo del huracán. Sabe cómo activar los resortes para llegar a todos los públicos. Se trata de su imparable conquista del mainstream. Y está aquí para quedarse.

Su reinado en 2011 se concreta en un dato lapidario: su más reciente single, We found love (con Calvin Harris) es la canción más escuchada en la red social Facebook en todo el año (y eso que apareció en noviembre), con 71 millones de visitas vía YouTube, muy por delante de Katy Perry, LMFAO, David Guetta, Skrillex y... Lady Gaga.

La receta mágica de Rihanna no tiene ningún secreto: sexo y hedonismo, una fórmula tan básica como antigua, pero la más eficaz para dominar en la cima del show bizz. No era la opción que apuntaba Rihanna en sus comienzos, cuando se mostraba tierna y caribeña.

Fue descubierta en 2003, todavía adolescente, por el productor Evan Rogers, quien la llevó de su isla de Barbados natal a los despachos del todopoderoso sello Def Jam, donde editó Music of the sun en 2005, todavía con notables influencias de reggae, y donde ha permanecido hasta hoy con seis álbumes editados, casi a uno por temporada.

Su irrupción mundial fue con Good girl gone bad (2018), que no sólo incluía Umbrella sino un buen puñado de tórridas baladas (como Rehab, con Justin Timberlake) y giros puntuales a la música de baile como Don't stop the music, que avisaban a lo lejos de lo que estaba por venir.

El cuarto álbum, Rated R, contenía más morbo que canciones: fue la crónica de su ruptura violenta con Chris Brown, incluía cortes como SyM, que relataban la relación peligrosa y a tortas con su ex novio, y fue su descenso a un infierno del que, dicen, todavía no ha conseguido salir del todo psicológicamente.

Su último videoclip, el de We found love, puede leerse como un roman à clef videográfico de esa obsesión, que además la ha llevado últimamente a frecuentar la noche más de lo que antes acostumbraba.

El año pasado, vía Twitter, aparecieron fotos de su fiesta de fin de año en un hotel de Las Vegas con la beautiful people de los sonidos urbanos: Kanye West, Jay-Z (su mentor) y Beyoncé (señora de éste), entre lujos y botellas de champán. En su cabeza, esa party arrancó hace tiempo, y continúa. Su verdadero despegue, que desembocó en la evolución lógica de 2011 como diva dance, se produjo el año pasado, en vísperas de la edición de Loud, su quinto álbum: que se tiñera el pelo de naranja era una cuestión circunstancial, pero no que el single de avance fuera Only girl (in the world), un trallazo pasional y vociferante de eurotrance, producido por los suecos Stargate y adaptado a las necesidades del R&B masivo. Aquel tema fue el exitazo de una corriente que, previamente avanzada por Kelis y Flo Rida, se había impuesto en el pop negro: copiar los patrones electrónicos de productores europeos como David Guetta.

Rihanna se reinventó así como estrella de la música de baile y ha seguido manteniendo esa línea con el reciente Talk that talk (2019), irregular pero con un par de singles indiscutibles, que no han dejado crecer la hierba en las pistas de baile.

Las opiniones contrarias a esta bad girl siempre han ido en la misma dirección: sus discos contienen, por lo general, un exiguo puñado de canciones buenas y mucho relleno, quiere tocar demasiados palos -la balada, el reggae, el R&B ardiente- pero sólo acierta de verdad en los números de baile y le falta voz, aunque lo compensa con un sex appeal salvaje y curvas más peligrosas que las del circuito de Monza. Se la acusa de ser una diva prefabricada al dictado de Jay-Z, un hombre que sabe sacar dinero de cualquier parte.

Pero, al fin y al cabo, el pop de consumo tiene estas cosas y las cantantes se vuelven memorables si su repertorio resiste el paso del tiempo y marca la actualidad, dos condiciones que con Rihanna se cumplen.

El público está con ella y anoche, en el primero de sus dos conciertos en España -un Palau Sant Jordi de Barcelona lleno hasta la bandera- se confirmó el idilio entre sus heterodoxos fans y la que parecía una reina imposible para el pop negro. Su gran victoria ha sido igualar (o superar) a Beyoncé en ventas, difusión y popularidad cuando todo el mundo vaticinaba que se estrellaría contra ese muro. Lady Gaga también la teme. Sólo tiene 23 años y aún no se le conoce el límite.

La vida de Rihanna está marcada por su relación con Chris Brown. Y no, no es una broma de mal gusto sobre la agresión que sufrió la cantante caribeña por parte de su entonces novio en los momentos previos a la gala de los Grammy en 2018.

Aquel episodio de violencia puso fin de forma abrupta a una breve relación que, sin embargo, ha estado presente desde entonces en la carrera musical de la joven. Así en Loud, publicado un año después de la agresión, se incluía una canción, S&M, que hacía referencia a las inclinaciones sadomasoquistas de Rihanna. En una entrevista concedida a la revista Rolling Stone en marzo de este año Rihanna confesaba: «Me encanta que me azoten. Me gusta llevar las riendas en mi vida, pero me divierte ser sumisa en el dormitorio. Allí dentro puedo ser una pequeña dama y tener a un macho que se responsabilice de la situación. Eso es sexy». También echaba la culpa a su padre, alcohólico y drogadicto: «Creo que soy un poco masoquista. No es algo de lo que esté orgullosa, y no me di cuenta hasta hace poco. Creo que es común en la gente que fue testigo de maltratos en su infancia».

El último capítulo de esta crónica de autodestrucción es el vídeo de We found love, sencillo de lanzamiento de su último disco, Talk That Talk. En él, Rihanna aparece envuelta en una relación destructiva con un novio que recuerda poderosamente a Chris, con el que se coloca y se refocila sexualmente, pero que también la humilla (un tatuaje en el trasero que pone «mía») y la veja físicamente. Aunque ha querido limpiar su imagen casquivana con una adorable colaboración en el nuevo disco de Coldplay, (en el tema Princess of China) su apuesta por la provocación ha desatado las protestas por ser «una posible mala influencia para las niñas», según la ex spice girl Mel C.

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