Mientras el cuerpo aguante

La final del último Open de Australia puede tomarse prácticamente como el mejor resumen de lo que les espera a los aficionados al tenis este año. Rafa Nadal y Novak Djokovic pelearon durante casi seis horas por alzarse con el triunfo final. En el trasfondo, se leía también la lucha del vigente número uno, el serbio, contra la de un campeón que se resiste a dejar de una vez por todas ese lugar de privilegio. Competitividad, esfuerzo, tesón y, por qué no decirlo, tensión, fueron algunas de las sensaciones que adornaron un duelo que, por momentos, por suerte o por desgracia, parecía hacerse del todo interminable.

En los últimos tiempos, Djokovic parece tenerle perfectamente tomada la medida a Nadal. No en vano, el serbio ha sido capaz de imponerse al español en las últimas siete finales que han disputado entre ambos, incluyendo la del Open de Australia. Su racha atronadora se inició el 20 de marzo del año pasado, en Indian Wells, e incluye dos torneos del Grand Slam: Wimbledon y el Open de Estados Unidos.

Un revés prácticamente letal y un juego cargado de fuerza y pulmones le han permitido afianzarse en el número uno de la ATP. Fuera de las pistas, se caracteriza por un sentido del humor entre socarrón y aniñado. Sus imitaciones de compañeros, Nadal incluido, son más que habituales en los siempre socorridos programas de zapping.

Rafa Nadal, por contra, no parece demasiado amigo de hacer chistes. Y mucho menos en este momento. El manacorense se caracteriza fuera de las pistas por un gesto seco, a veces en apariencia tajante. Se toma la competición muy en serio. Mucho. Las bromas, sólo para cuando toca. Nunca antes. Ni a destiempo. Lo suyo es, casi, puro estajanovismo. Alcanzó por primera vez el número uno del ránking en 2008, tras superar a Roger Federer, con quien tampoco hace tanto protagonizaba una encarnizada pelea sobre las pistas, similar, en muchos aspectos, a la que ahora disputa con Djokovic. El suizo logró adelantarlo sólo para que, un año después, el español retomara otra vez el cetro. Y, desde luego, aspira a hacer otra vez lo propio este año ante Djokovic, por mucho que, por ahora, los vientos parezcan soplar a favor del serbio.

A lo largo de 2012 ambos se medirán en múltiples citas. Ése, por lo menos, parece ser su destino. Entre ellos destacan clásicos del Grand Slam como Roland Garros, el Everest de la tierra batida, la superficie favorita de Nadal. Allí derrotó a su otrora gran némesis, Roger Federer, con uno de esos partidos que pegan a los aficionados al televisor. En Wimbledon, no obstante, el manacorense acabó cayendo ante un Djokovic tan impecable como implacable. No será, casi con toda seguridad, la única oportunidad que tendrán los británicos de presenciar las evoluciones de ambos en una pista de tenis este año. Está también la cita de los Juegos Olímpicos de Londres. Rafa Nadal ya se colgó en 2008 el oro en los Juegos de Pekín tras apear en una de las semifinales, curiosamente, al propio Novak Djokovic. ¿Querrá el serbio desquitarse? No cabe la menor duda de ello. El espectáculo, como suele decirse, está más que servido.

Roger Federer sufrió la temporada pasada la frustración del que se sabe lejos de los mejores. Aunque actualmente su juego está un escalón por debajo de Djokovic y de Nadal, el suizo no se resigna. La edad y un palmarés saciado de victorias -16 Grand Slam- son obstáculos para acabar con la dictadura del duopolio, si bien su magisterio tenístico es tan abrumador que todavía es capaz de derrotar a cualquier contrincante en una final.

El buen nivel exhibido hace unas semanas en Australia, donde sólo claudicó ante un colosal Nadal en semifinales, impide eliminar al número tres de las quinielas, más aún si se tiene en cuenta un currículo que luce especialmente en la segunda parte de la temporada. Seis triunfos en Wimbledon y cinco en el Abierto de Estados Unidos conforman una referencia demasiado prestigiosa en el olímpo de la ATP. Además, en verano Federer se enfrentará a su gran reto, "la oportunidad de mi vida", como lo ha catalogado, los Juegos Olímpicos. Su único objetivo es destronar a Nadal y colgarse la medalla de oro en el torneo de individuales. Federer contará con la ventaja de jugar en la hierba de Wimbledon, catedral donde es venerado. Superada la treintena no tendrá otra oportunidad olímpica. El maestro sueña con alcanzar su último anhelo. 

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